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despues:
Título: sin titulo de momento (se aceptan sugerencias)
Autor: Marina Cano (marinika123)
Género: Fantasía principalmente.
Tipo: Libro
Sinopsis:
Alyna y Kristen son hermanas por parte de padre pero no lo saben: Garriban, de raza élfica, se casó con la elfa Ireth y tuvieron una hija, Alyna, pero cuando esta cumplió un año, Garriban desapareció dejando todo atrás y empezó una nueva vida cuando conoció a una joven aldeana y, aunque él era un elfo, se enamoro de ella y tuvo otra hija, Kristen. Cuando Kristen cumplió un año, Garriban volvió a desaparecer, dejando dos hijas que quizá jamás se conocerían… ¿O quizás si?
Quince años después, Alyna de 16 años y Kristen de 15, dejarían sus respectivos hogares y se embarcarían en una peligrosa aventura que pondría en riesgo sus vidas y las de sus amigos, para intentar descubrir los horribles secretos que guardaba su padre. Pero lo que no sabe ninguna de ellas es que tiene una hermana secreta.
Una intrincada sucesión de situaciones de todo tipo llevaran a esta singular pareja a conocerse y a poner a prueba el poder oculto que hay dentro de ellas para poder sobrevivir, derrotar al poderoso Elestor restaurando así la paz y, sobre todo, dar al fin con las respuestas a las preguntas a las que sus familias no pueden o no quieren responder.
*Crítica: Ninguna de momento jejej pero espero tener alguna...
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INTRODUCCION:
Hacía tiempo que Gárriban ya no sentía nada por Ireth. Sólo seguía allí por Alyna, su preciosa hija de tan solo un año. Pero ahora debía irse y cumplir con la misión que nadie quería llevar a cabo, traicionar a su pueblo. Suspiró. Lo hacía por una buena causa, se dijo, pero eso no le convenció. Pensó en las consecuencias que pasarían si no lo hacía. No, demasiadas vidas, vidas inocentes. Tomó una decisión.
A media noche salió del pueblo consciente de que jamás volvería.
UN AÑO DESPUÉS…
Gárriban miro hacia atrás con tristeza, dejaba muchas cosas atrás, pero lo que más le dolía era dejar a Kristen, su hija de un año, que cuando se hiciese mayor no recordaría a su padre. Pero tenía que hacerlo, o se marchaba de Arlanien o las tropas de Erestor lo matarían a él y a su familia. Pensó un momento en Shania. Sabía que echaría de menos a su esposa, pero confiaba en volver a verla, quizá no dentro de poco, pero si en algunos años, y a su hija también.
Gárriban sacudió la cabeza para librarse de aquellos pensamientos. Se ajusto la capa. Aumentó la fuerza del hechizo térmico y se internó en el bosque. Su vida había acabado allí. Aun recordaba cuando llegó a Arlanien por primera vez.
Solo era un elfo con poderes inexpertos. La gente del pueblo salió de sus casas para ver al forastero. Gárriban era un elfo alto y robusto, de tez morena y largos cabello marrones y ondulados que le crecían desordenados alrededor de la cara. Vestía una antigua túnica de viajero cubierta de polvo y manchas de sangre seca, fruto de un encuentro fortuito con algún trasgo. Gárriban pregunto si alguien podía darle cobijo por unos días y le indicaron el camino a una posada, que resulto ser un pequeño establecimiento lleno de elfos de todas las edades yendo y viniendo de un lugar a otro. En seguida distinguió al dueño en un rincón y fue hacia él. Se llamaba Uncresh y era un elfo de corta estatura, aunque seguía siendo más alto que cualquier humano. Estaba un poco gordo y el brillo de su piel propio de la raza se había ido dejándola de un color grisáceo apagado. Llevaba un delantal manchado de grasa e iba embutido en unas gruesas botas de goma. Aun así, seguía moviéndose con la agilidad pasmosa y diligente de un elfo.
Tras una breve charla y una bolsa de oro de por medio, Gárriban se encontraba abriendo la puerta de su habitación. Dejó sus pertenecías a un lado y las estudió. Una mochila de piel con algunas hierbas medicinales y unas cuantas vendas, y junto a ella dos fardos de tela que escondían preciados tesoros, el primero y más alargado, escondía su espada élfica, una de las pocas que fueron entregadas por los enanos a los elfos cuando las dos razas se trataban como a iguales. El segundo fardo, de dimensiones más reducidas, encerraba el motivo de su viaje, pues contenía el libro sagrado del clan de los elfos mayores, un reducido grupo de elfos cuyas habilidades mágicas estaban por encima de los demás de su raza.
Gárriban extendió un brazo y acaricio con sus finos dedos élficos la parte superior del fardo. Sintió la gran cantidad de magia élfica que emanaba. Por un momento dudo sobre su misión y pensó en devolver el libro, pero luego un escalofrió recorrió su cuerpo recordándole quien lo esperaba. Si, se había convertido en un traidor a su pueblo, se había puesto al servicio de Erestor y había arrebatado uno de los bienes más preciados de la comunidad élfica. Pero ya no se podía volver atrás, se dijo mientras intentaba convencerse así mismo de que lo hacía por una buena razón.
Se levantó y paseó la mirada por la habitación. Era espaciosa, como caracterizaba a las construcciones élficas. A un lado había un cama bastante modesta, pero de aspecto confortable, en frente un pequeño armario de madera, y al lado un espejo de cuerpo entero.
Gárriban observo incomodo su reflejo en el espejo. A pesar de ser una criatura bella en comparación con los humanos, en ese momento estaba muy lejos de una imagen mínimamente digna. De repente sus rasgos parecían menos definidos, sus movimientos se tornaban más bastos y menos ágiles y sus ojos castaños habían perdido todo rastro de brillo mostrándose mas ensombrecidos de lo habitual.
Detrás de él había un reloj de pared que marcaba las seis menos cuarto. Hacía días que no comía, pero no tenía hambre, era un elfo y por lo tanto no necesitaba comer con tanta frecuencia como los humanos. Aun así salió de la habitación para ir a buscar algo con lo que distraerse.
Entonces la vió. Gárriban paseaba por los alrededores de una granja cuando Shania apareció por una de las esquinas. Era una aldeana de piel oscura y curtida por los días de duro trabajo en la granja, pero a pesar de todo, a Gárriban le pareció hermosa. Tenía el pelo escondido por un viejo pañuelo, pero se distinguían algunos mechones morenos. Le gustó. Aunque era humanase se le acercó. Además, a Gárriban no le gustaban las elfas, demasiado vanidosas y orgullosas. De hecho, Ireth, su primera esposa y madre se su hija, era mestiza.
Entonces Shania se fijo en él y Gárriban se arrepintió de no haberse hecho un hechizo de auto limpieza. Todavía llevaba la túnica de viajero y tenía el pelo alborotado, pero ella no le dio importancia. Se acercó y empezaron a hablar, sobre cosas banales al principio, y abordando temas más complicados después.
A partir de aquí, los recuerdos de Gárriban se volvían borrosos y solo se acordaba de que, tras enviar el libro a Erestor, el malvado gobernador de las tierras oscuras, alargó su estancia en Arlanien y empezó a verse con frecuencia con Shania. Después se enamoraron, se casaron y tuvieron a su primera hija, aunque para Gárriban era la segunda, pensó recordando a Alyna.
La llamaron Kristen y era de piel morena como la de sus padres y tenía unos grandes ojos de color azul, adornados por un precioso cabello moreno y liso como su madre.
En ese momento, Gárriban sintió como se le humedecían los ojos al recordar a sus hijas, las dos tenían un año cuando las dejó. Suspiró. Miró a su alrededor, llevaba horas caminando y aunque no se sentía cansado, decidió hacer una pausa y pasar la noche allí, ya que no podía arriesgarse a montar el campamento en la parte más profunda del bosque.
Quería descansar y pensar en lo que dejaba atrás y el motivo que lo había llevado a ello. Ahora Alyna, su hija mayor, tendría unos dos años y quizá ya supiera andar, y a Kristen, la había visto por última vez hace tan solo unas horas, pero ya la echaba de menos. Todo por aquel estúpido libro.
Entonces se acordó de la carta. Metió la mano en la mochila y de un bolsillo interior sacó un pequeño sobre lacrado. Lo estudió un rato. Era de color amarillento y estaba levemente arrugado, además tenía el lacre abierto. En la parte posterior, el sobre estaba marcado con un sello que representaba el emblema de la casa de Ahniram, las tierras oscuras que gobernaba Erestor.
Había recibido la carta hace tan solo dos días, y aunque únicamente la había leído un par de veces, sentía como si todas y cada una de las palabras estuvieran grabadas a fuego en su interior. Una vez más, Gárriban repasó mentalmente el contenido del mensaje:
“Hemos descubierto al asesino que mató al mensajero que nos enviaste y le robó el libro. Vive en la región de Qasucar. Dirígete allí, mátale y tráenos el libro. Después los liberaremos.”
Suspiró. De nuevo todo se complicaba, siempre había algo más. Primero dejo a su hija Alyna para robar el libro, y cuando se lo quiso hacer llegar a Erestor y pensó que todo había acabado, alguien envió un asesino que mató al mensajero y se llevo el libro. Y ahora, cuando tenía otra familia y una nueva hija, recibía una carta diciendo que se tendría que convertir en un asesino.
Cerró los puños con fuerza y golpeo un árbol cercano. Sintió un dolor agudo, quizá se habría roto un par de dedos, pero no le importó. Por culpa de aquel estúpido libro, había tenido que dejar a dos hijas separadas que quizás jamás se conocerían y ahora se encontraba en alguna parte del bosque de Shelybooth. Arrugó el sobre y lo metió de mala gana en la mochila.
Entonces se dio cuenta de que había empezado a hacer frio y el hechizo térmico no era suficiente, de manera que decidió encender un fuego y recolectar algunas bayas que le servirían de cena, pues no necesitaba más.
Después echó mas leña al fuego y se acostó sobre un montón de hojas secas, ya que ni siquiera tenía un manta.
Lo despertó a la mañana siguiente un ruido que le resultaba familiar, asquerosamente familiar. Gruñó. Los trasgos siempre elegían las peores horas para atacar. Se levantó y esperó.
Los ruidos se hicieron más fuertes y de la espesura salió una sombra, Gárriban no pudo ver más, puesto que, aunque ya había salido el sol, apenas se filtraban unos rayos entre los árboles. El trasgo alargó uno de sus potentes brazos y arranco una rama cercana para tirársela a Gárriban, pero él ya había reaccionado lanzándole un hechizo paralizador, aunque solo lo aturdió un poco porque los trasgos poseían una especial resistencia a la magia. Aun así, bastó para hacer que se adelantara y Gárriban pudo apreciar todos sus rasgos. Garras afiladas que salían de unas largas y potentes extremidades que a su vez se unían a un cuerpo demasiado pequeño y encorvado para ser humano, la cara, larga y parcialmente arrugada, la boca torcida y los ojos hundidos. Así era un trasgo.
Probó de nuevo con magia, esta vez para lanzarle por los aires, pero apenas logro hacer que perdiera el equilibrio. El trasgo no perdió tiempo y se lanzó hacia él con las garras abiertas dispuesto a hacerle pedazos. Gárriban saltó hacia atrás al tiempo que agarraba la espada y la interponía entre su cuerpo y las afiladas garras del trasgo.
Estuvieron peleando unos minutos más, trasgo contra elfo, garras contra espada, hasta que Gárriban lo aturdió con un hechizo y aprovechó la oportunidad para atravesarlo con su espada. El trasgo cayó muerto mientras su sangre se derramaba por el suelo.
Gárriban sangraba por un hombro y estaba claro que esa no había sido la mejor forma de empezar el día, de manera que cogió unas vendas de la mochila, se cubrió la herida y recogió el campamento, no sin antes limpiar la espada de la sangre del trasgo.
Se puso en marcha, Qasucar quedaba a dos jornadas de allí y si no se daba prisa tendría que pasar otra noche en el bosque.
El resto del día pasó sin ningún otro incidente digno de mención. Recogió algunas hierbas y bayas silvestres y consultó el mapa para asegurarse de que iba en la dirección adecuada. Llegó al final del bosque al anochecer y monto el campamento en la linde para asegurarse de estar alejados de miradas indiscretas. Se acostó pronto y sin cenar, pero esta vez se aseguro de lanzar un escudo protector para no volver a tener ninguna otra sorpresa desagradable.
Aquella noche fue una de las más agitadas y terroríficas de todas las que había pasado desde que dejó su primer hogar. Se despertó sobresaltado. Se llevo una mano a la frente, estaba empapado en sudor. Suspiró.
– Esto ya no puede seguir así – se dijo – tengo que terminar con esto,
Se levantó con paso decidido y recogió sus cosas mientras perfilaba los detalles del plan que había estado preparando desde que salió de su casa de Arlanien. Sacó el mapa de la mochila y lo apoyó en un árbol caído para inspeccionarlo mejor. Estaba en los límites del bosque de Shelybooth y tenía que llegar a Qasucar lo antes posible. Calculó que si salía en ese mismo momento quizá podría llegar al anochecer y aprovechar la noche para hacer un trabajo limpio y rápido, y tener el tiempo suficiente para marcharse al alba.
Se puso en marcha, todavía no había salido el sol y caminaba en penumbra, pero ahora estaba en el camino, no podía arriesgarse a llamar la atención convocando una pequeña chispa de luz. Aun así, todavía no se había puesto la capa con la que pretendía esconder su rostro perfectamente élfico que pudiera delatar sospechas, puesto que los humanos y otras especies inferiores en poder solían desconfiar y tener miedo de los ciudadanos élfos.
Caminó con pasos rápidos y enérgicos y solo hizo una breve parada para beber agua de una fuente cercana y comer algunas bayas mas de las que había recolectado antes de salir del bosque. También se cambió el vendaje del hombro, ya que la herida había empezado de nuevo a sangrar y ya se veían pequeños regueros de sangre aflorar por entre los vendajes. Después, siguió su camino tan o quizás más rápido que antes, ya que se estaba poniendo el sol y aun no había llegado a la ciudad. De todas formas, por una vez se alegró de ir solo puesto que un acompañante le habría retrasado mucho, y no disponía de tiempo que perder.
Cuando ya empezaban a perderse los últimos rayos de sol en el horizonte, apareció ante él la muralla de la ciudad de Qasucar. Una impresionante edificación humana construida cientos de siglos atrás, pero que milagrosamente para ser un proyecto humano, todavía estaba en pie y sirviendo de protección a los millares de familias que se amparaban detrás de aquel viejo muro.
Sin perder un momento, de un movimiento rápido y ágil. Gárriban sacó la capa de la mochila y se la enfundó. Se caló capucha hasta que desapareció el último de sus mechones y respiró hondo. Había llegado a Qasucar, ahora solo quedaba llevar a cabo la última parte del plan.
Capitulo 1: Recuerdos (Alyna) PARTE I
Hacia pocos minutos que el solo había salido, pero la mayoría de los habitantes del pequeño pueblo costero de Frisher, en las tierras élficas, llevaban varias horas despiertos, pues eran elfos, y como tal, no necesitaban dormir tantas horas como los humanos. Aunque en Frisher también había humanos, y todos ellos habrían estado durmiendo de no ser por el grito que se oyó en todos los rincones del pueblo. No estaban atacando a nadie, tampoco había niños ahogándose en el puerto, ni siquiera estaban robando en el mercado. Era, sencillamente, el cumpleaños de Alyna Worren.
Aquel día se había despertado mucho antes de lo normal, ya que era un día muy especial, era su cumpleaños, pero no uno normal, era su decimosexto cumpleaños, y aquello suponía el regalo que le hizo prometer a su madre que le haría cuando solo tenía cuatro años. Bajó precipitadamente la escalera esquivando los pequeños montones de ropa mientras saltaba los peldaños de dos en dos y algunos, de tres en tres. Atravesó el pasillo corriendo y llego hasta la cocina donde se chocó con su madre.
Se llamaba Ireth. Era una elfa de piel color marfil, fina y delicada con lacios cabellos rubios que le caían por detrás de los hombros. Tenía los ojos grandes y más bien verdosos, aunque no eran del todo élficos, porque era mestiza. La madre de Alyna era cariñosa, risueña y amable, pero también era estricta en lo referente a la educación de su única hija. Y eso Alyna lo sabía muy bien.
– ¿A dónde crees que vas?
– Esto… Mmm… Es mi cumpleaños y…
– ¿y…?
– Bueno… Pensaba ir al establo,,,
– ¿Al establo? No sé porque – la madre de Alyna mentía fatal y ella lo sabía – No hay nada interesante allí.
– Venga mamá, que nos conocemos…
Alyna se sintió explotar de felicidad cuando advirtió la pequeña sonrisa que aparecía en la boca de su madre. Hizo ademan de ponerse otra vez a correr, pero su madre la detuvo.
– No. Desayuna primero, tienes que tener fuerzas.
– Mamá no tengo que desayunar, no me hace falta y lo sabes.
Alyna suspiró, A veces su madre la trataba como a una humana. Y vale que no fuera del todo elfa, pero era más que una mestiza.
– Pues haz la cama – Su madre no se daba por vencida, quería retenerla un poco más. Pero Alyna quería verlo ya.
– L a hice esta mañana.
– ¿Has recogido también tu habitación?
– Se podría comer en el suelo.
Sonrió. Su madre se dio por vencida y se apartó de la puerta. Pero antes de que pudiera decir algo más, Alyna ya había desaparecido por la puerta trasera de la cocina.
Llegó al jardín y ralentizó el ritmo de sus pasos, no quería asustar a su regalo de cumpleaños. Por fin llegó a los establos. Alargo una mano para abrir la puerta pero esperó. Miro hacia atrás, su madre estaba en el porche, apoyada en el marco de la puerta mirándola. Desde allí veía toda la casa. Era preciosa y tenía dos pisos con el tejado de pizarra y un pequeño jardín trasero. También tenían un establo donde, hasta hace unos días, solo había un montón de polvo y un baúl con trastos viejos. Pero ahora…
Alyna se volvió y respiró hondo. Empujó con fuerza la pesada puerta y entro en el establo.
Ireth miraba a su hija con una expresión que mezclaba felicidad y, en pequeña proporción, un poco de tristeza. Había llegado su decimosexto cumpleaños y sabía que no tardaría en llegar el momento en el que se preguntara cosas sobre su padre, cosas a las que Ireth no sabía si podía o si quería responder.